jueves, 14 de mayo de 2015

¿El fin de los taxis?

Soy hijo de un taxista. En ese sentido, mi crianza, buena parte de mi estudio, comida y vestuario en mi infancia, adolescencia y primera juventud se los debo al dinero que produjo el taxi que mi papá manejaba doce horas diarias con descanso únicamente para hacerle mantenimiento al carro y los jueves santos, sagradamente. Como varios de mis hermanos, fui taxista apenas me hice bachiller, aunque solo por unos meses. Hoy, sin embargo, los taxistas distan mucho de lo que fue mi viejo y nosotros mismos en nuestro breve paso por el oficio. Él estuvo lejos de ser un modelo a seguir, pero al menos se ofrecía a subir los paquetes y mercados, jamás dijo “yo por allá no voy” o preguntó antes ¿para dónde va?, y mucho menos, (sobre todo esto) salió de la casa sin dinero sencillo para dar cambio. Es decir, fue la antítesis de los taxistas (al menos los de Bogotá) de hoy día.
Pero además del mal comportamiento de un número significativo de taxistas, y que incluye junto con lo anterior atravesarse en las intersecciones, parar en seco en vías rápidas, pasarse semáforos en rojo, etc., el del taxi parece un modelo de negocio agotado, a punto de dejar de existir. Mucho se discute por estos meses, sin embargo, acerca del difuso límite entre la legalidad y la ilegalidad en el que se encuentra Uber, un modelo de negocio diferente que a punta de buen servicio está desplazando la preferencia de los clientes de los taxis. Sin embargo, se le tilda de ilegal, en contraste con la legalidad de los tradicionales taxis. Veamos qué tan cierto puede ser. Los taxis mueven a diario, solo en Bogotá, entre seis mil y diez mil millones de pesos, en efectivo, sin ningún tipo de control. Dinero que no pasa por el sistema financiero, que no expide una sola factura, al que no se le aplica retención, ni impuesto, ni trazabilidad alguna. De hecho, la cifra es una especulación, pues es imposible de medir con exactitud. A los conductores de Uber, en cambio, las comisiones ganadas les son consignadas en el sistema financiero y a los clientes les es cobrado el servicio a través de tarjeta de crédito. En otras palabras, no se maneja efectivo, y confesémonos, no hay peor miedo en Bogotá que subir a un taxi y confesarle al conductor que uno tiene un billete de $50.000 para pagar el servicio. ¿Quién tiene más legalidad entonces? Y como si eso fuera poco, el cupo del taxi, que no incluye el valor del vehículo y cuesta alrededor de $80.000.000, no es un activo ni un título valor, y no se expresa como tal en la declaración de renta. Y a esa falta de regulación se le suma la infiltración de delincuentes en el oficio de taxista. El caso más sonado es el del agente de la DEA James Terry Watson, víctima del paseo millonario y posterior asesinato el 21 de junio de 2013 a cargo de una execrable banda organizada de ladrones y asesinos que hacían sus fechorías desde el timón de un taxi. La mentalidad criminal de la madre de uno de ellos le alcanzó para decir ante las cámaras, en pleno furor de la noticia, que su hijo homicida era muy de malas, que esta vez el pasajero “le había salido gringo”. Por solo esa afirmación ella también debería estar en la cárcel, pues debe estar criando a sus nietos como criminales. En fin.
Pero hay más. Muchos de los que no son delincuentes en otras lides, arreglan el taxímetro para cobrarles más de lo que el servicio vale a los turistas y a los que, sin serlo, se dejen. Ello que no deja de ser, en esencia, otra conducta delictiva. En Uber, en cambio, no hay posibilidad de esas conductas, y además, la exigente selección de conductores impide o al menos dificulta la infiltración de delincuentes. La legalidad de Uber podrá entonces estar en trámite, pero en legitimidad se lleva a los viejos taxis en los cuernos. Veamos más razones. En los taxis cada quien es una isla aparte, y si bien se muestran solidarios ante algunas dificultades (nada peor que estrellarse contra un taxi), en lo demás son competencia directa uno del otro, aunque algunas aplicaciones hacen hoy un mercadeo diferente del servicio. Uber, en cambio, es uno de los modelos de negocio del siglo XXI. Antes, en la época de taxista de mi padre (que es no hace mucho) quien quisiera montar una empresa de transporte debía contar con el capital suficiente para comprar el parque automotor necesario según el tipo de transporte y toda la parafernalia necesaria para su operación. Hoy, en cambio, los negocios se hacen a partir del apalancamiento, un concepto poderosísimo en la nueva economía. Veamos: Uber hace un desarrollo tecnológico importante, pero en lo demás se apalanca: para la operación, en los propietarios de los vehículos y conductores (que son los mismos en una proporción mayor que en los taxis), y para la publicidad, en los usuarios, a través de un modelo que comparte un parte mínima de las utilidades. Cada vez más modelos de negocio ponen en práctica el compensar a quienes recomiendan el bien o servicio, pues se han dado cuenta de que el voz a a voz es una herramienta de marketing impresionante. Y para que puedas comprobarlo, si bajas la aplicación a tu teléfono celular ahora mismo y escribes allí el código promocional XB9TC, obtendrás tu primer viaje gratis y un código promocional propio que podrás compartir y obtener, por cada nuevo usuario que lo use, un viaje gratis. En pocas palabras, todos felices, cosa que rara vez pasa cuando se usa un taxi.