domingo, 26 de febrero de 2012

Pombo Musical: un viaje al siglo XIX.


Tengo que confesar que a excepción de Simón el Bobito y El Renacuajo Paseador, que hacen parte de los recuerdos de mi niñez, conocí la obra de Pombo a mis 24 años. Ya para ese entonces me impresionaron La hora de tinieblas y Doña Pánfaga o el sanalotodo, y me enterneció casi hasta el llanto El niño y la mariposa. De eso a hoy han pasado 15 años. Hoy estoy al borde de mis 40 y con un hijo de 4 y medio, una hijastra de 17 y mi esposa de 34, acabo de llegar de presenciar el show Pombo Musical en Gaira, el bar de Carlos y Guillermo Vives en Bogotá.
Tengo la fortuna de haber podido imaginar la época de Pombo a través de los poemas y la biografía de Silva y de personajes como Cuervo y Núñez, del paso del Olimpo Radical a la Hegemonía Conservadora, de la candelaria en los cuentos de Elisa Mújica, del episodio del doctor Russi, y las Reminiscencias de Santa fe y Bogotá, y del almanaque de 1886. Además, conozco el trabajo de Pombo Musical desde su lanzamiento en 2008, y en casa lo hemos cantado y aprendido desde entonces, pero la puesta en escena que vimos hoy me transportó a las descripciones que Cordovez Moure o Enrique Santos Molano hacen de la Bogotá del siglo XIX.
Quizás Pombo, conservador hasta los tuétanos, se escandalizaría al ver a Simón el Bobito haciendo el Moonwalker, o sabiendo que su pobre viejecita tiene inversiones en sociedades accionarias, pero para el público espectador estas libertades escénicas resultan una acertadísima bisagra entre los siglos XIX y XXI, y arrancan las risas que de otra manera la solemnidad de Pombo harían imposibles.
En Pombo Musical se juntan la historia, la literatura, la promoción de lectura, la música en vivo y las artes escénicas como ingredientes principales de un auténtico bocado de obispo. En mi caso particular, experimenté la misma sensación que sentí en películas como El Coronel no tiene quien le escriba, El amor en los tiempos del Cólera o El perfume, y es aquella de conocerle el rostro y la voz a personajes queridos que, años atrás, nos acompañaron durante cientos de páginas y muchas horas de lectura. Ese ejercicio implica, en algunos casos, renunciar a la imagen mental que teníamos de ellos. Yo, por ejemplo, nunca imaginé a Simón el Bobito más parecido a un espantapájaros que a un bobo de pueblo, pero debo confesar que su representación, así como la de cada uno de los personajes, y muy especialmente la de Papá Pombo, me conmovieron. Qué bonita manera de promover la lectura y hacer vívidas otras épocas ya sidas, labor misional del historiador. Y como la obra de Pombo tiene su toque existencial, sale uno con ganas de vivir, tarareando la pobre viejecita y deseando que Dios permita/ que logremos disfrutar/ Las pobrezas de esa pobre / Y morir del mismo mal.