Apenas en las primeras páginas de Catalina viene al encuentro del lector un símil tan bello como desgarrador que define muy bien lo que fue nuestro siglo XIX: el cansancio acumulado por tantas guerras era como un temible viejo sentado encima de nosotros, oprimiéndonos los huesos. Enseguida, sólo unas pocas líneas más abajo, aparece la mención de la batalla de Palonegro y con ella entonces el derecho legítimo del lector a sospechar ¿podrá ser Catalina una novela histórica?
Más allá del debate que podría generarse en torno al interrogante, lo cierto es que el texto permite una lectura historizante, desde la cual produce mucho más sentido pues ofrece una imagen casi especular de la sociedad de la época a la luz de los documentos históricos. Al menos es claramente una novela en la que el pasado es importante para los personajes, y lo es de manera trascendente para la protagonista, quien recurre repetidamente a la mención de sus ancestros y busca explicaciones a su propia realidad a partir de sus pasados familiar y político, que a veces se traslapan y vienen a ser la misma cosa. Incluso en ocasiones la voz de Catalina parece hablar a título de la historia misma; por ejemplo cuando se queja:
Mis problemas se volvían más insolubles, como si los de la patria se le juntaran
Podría decirse que el texto esboza una historia política, no sólo porque narra la participación de algunos de sus personajes en
De la misma manera la relación con sus padres pareciera, si no estar determinada, por lo menos ser un indicio simbólico del poder determinante que tenía la membresía a uno de los dos bandos en las relaciones sociales e incluso familiares. Al respecto la apreciación de Catalina sobre la filiación política de su madre, con quien jamás pudo llevar una buena relación, es lapidaria: Si mi madre era conservadora, nos traicionaba. No en vano su segundo marido, después de muerto el padre de Catalina, habrá de ser justamente el jefe del Partido Conservador Miguel Albornoz, quien junto a los demás personajes parece sacado más de la historia que de la literatura.
La descripción de Samuel Figueroa, por ejemplo, egresado del Rosario y perteneciente a una familia otrora rica y ahora venida a menos, corresponde fielmente a la situación de ruina de las familias de comerciantes y cafeteros liberales que precedió a
Por otra parte, el gran tamaño del problema de la construcción del Estado y de
Declaramos: que nuestra patria es
Con semejante manifiesto, Cuervo y los demás intelectuales que ejercían como editores del periódico declaraban su convicción profunda acerca de la unidad de la patria colombiana, a tan sólo poco más de un lustro de haberse consolidado definitivamente el movimiento independentista. Sin embargo en Catalina se hace evidente desde la ficción que el proyecto nacional es un fracaso, muy a pesar de haber pasado casi un siglo desde la declaración aparecida en la publicación de aquel grupo de intelectuales.
En un país tan accidentado geográficamente, tan fragmentado por cordilleras y valles que se alternan en toda la amplitud del territorio nacional; y en un tiempo en que los desplazamientos constituían tareas titánicas en esfuerzo y demora, podía resultar comprensible – a pesar de los esfuerzos teóricos del liberalismo- una expresión como la que Catalina, en un momento de rabia, le esputó en la cara a Samuel, su marido:
- Cuando uno es forastero piensa así. Pero en Santander hasta el más pobre respeta como sagrado lo ajeno.
Si consideramos que quien las dice es una mujer que puede ser considerada adelantada de su tiempo, incómoda con tener que resignarse al tedio de las tardes de bordado de un matrimonio común; es lícito elevar tal arraigo de regionalismo a un sentimiento más o menos generalizado, más aún si se tiene en cuenta que constituyen un insulto a otro “santandereano” que tan sólo se ha ausentado unos años de su tierra. Así las cosas, es posible concluir que 50 años después, y tras 20 de cambiado el régimen e iniciada
Pero la novela parece no bastarse a sí misma con proponer una representación política de los tiempos de
Complementariamente, al margen de la guerra y los partidos, desde que María Corazón siendo soltera quedó embarazada de un militar de las huestes de Bolívar Catalina es una historia sucesiva de familias disfuncionales nacidas de matrimonios por conveniencia, con hijos habidos por fuera que se recibían sin protesta pero sin beneplácito; de amantes taciturnos y herencias negadas. Es decir, de una sociedad pacata que a la hora en que Catalina recibía a sus contertulios asomaba los ojos de su doble moral por las ventanas; quizás para expiar en ella un pecado del que nadie estaba lo suficientemente libre como para tirar la primera piedra.
Pero no obstante la guerra, la transición hacia el siglo XX no fue sólo un inventario de pesares, y así lo consigna la novela. Algo así como un débil contagio de la belle epoque europea alcanzó a viciar de fe en el progreso a algunos compatriotas ilustres y optimistas. Es el caso de Ricardo Gómez, promotor de tertulias para discutir a Nietzsche y fiel convencido de la profunda e inminente transformación de la sociedad gracias a la expansión de los presupuestos del liberalismo inglés. Para los menos idealistas -como Samuel Figueroa- las primitivas exploraciones de petróleo eran las que auguraban un nuevo siglo lleno de riquezas y progreso, reflejo de la industrialización que caracterizó al país en los albores de aquella centuria.
Finalmente, existe otra razón para pensar en Catalina como una novela histórica, y además precursora. Quince años antes de que Pedro Gómez Valderrama narrara los pormenores de la inmigración alemana a Santander y el conflicto resultante generado con el movimiento de artesanos Culebra pico de oro, y cinco antes de que Gabriel García Márquez relatara muy a su estilo lo sucedido en la mítica masacre de las bananeras, Elisa Mújica hizo lo propio con la mención de la matanza de alemanes en Bucaramanga a manos de los artesanos, un hecho de aquellos que insisten en esfumarse para la historia, en mimetizarse y permanecer como un recuerdo vago en la memoria colectiva, como una agenda oculta de la que nadie quiere hablar, con esa escasa diferenciación entre lo fabuloso y lo histórico. Justamente en ese limbo se sitúa el recuerdo que tiene Catalina: nuestra ciudad pequeña y blanca, recogida entre las palmeras, encerraba un enigma.
Quizás muchos expertos estén en desacuerdo conmigo, tal vez considerar histórica esta novela no pase de ser una ingenua pretensión, pero es que en mi lectura muchas veces la voz narradora de Catalina me evocó un pasado que no es de ella, que pareciera tomarlo prestado a la historia misma, una especie de infancia nacional con la delgada voz de la conciencia histórica en un siglo que apenas despertaba:
Entre mil ruidos ninguno decía tanto para nosotros como el del rastrillar de los cascos contra el empedrado. En alguna forma nos hablaba del abuelo Tomás, de las guerras interminables que duraron casi un siglo, de toda la historia del país escrita en nuestra sangre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario