jueves, 21 de enero de 2016
Convocatoria al poder del número (con el perdón de Hermes Tovar Pinzón)
Hay cosas que no entiendo. Por ejemplo, no entiendo cómo en Bogotá, el mismo día en que le recortan el 40 % de presupuesto a los hospitales y después de tres semanas de haber reajustado el salario mínimo en apenas un mísero 7 %, le suben un oneroso y descarado 11,11 % al transporte que usa la mayoría y no pasa nada. Y si de transporte se trata, el subsidio para el mismo salario mínimo fue incrementado en aún menos: 5 %, menos de la mitad del aumento porcentual de la tarifa del Transmilenio. La burla, entonces, es todavía mayor.
Por si las dudas, lo que no entiendo es que no pase nada, no la evidente iniquidad de los reajustes.
Claro, el alza del transporte es una noticia aún caliente, con apenas un día de haberse conocido al momento de escribir esta nota. Seguro la próxima semana habrá bloqueos y disturbios con sus respectivos contusos, heridos y hasta muertos, y llegará el ESMAD y los disolverá y cesará la noticia, el caos, terminará el bochornoso espectáculo; pero la nueva tarifa permanecerá por mucho tiempo. Nos habrán metido otro gol, pero nos quedará la falsa sensación, la victoria pírrica de que hubo resistencia. Porque la protesta sigue siendo la misma de toda la vida, la misma que tan pocas cosas ha cambiado desde las épocas en que Lorenzo Alcantuz y José Antonio Galán organizaron la fallida y mal llamada revolución de los comuneros hasta hoy.
Mentiras, olvidaba que ahora la indignidad aflora en las redes sociales, y es tan notoria, efectiva y duradera como la espuma.
En una especie de epifanía, casi que puedo imaginar a los directivos de los operadores privados de Transmilenio y el Sitp viendo los bloqueos en las noticias, tomando whisky y haciendo cuentas de cuánto será su participación en los más o menos cuatrocientos millones de pesos diarios que los bogotanos vamos a pagar de más por cuenta del reajuste. Bueno, no todos, pues ahora muchos más preferirán colarse. Cuestionable práctica, que yo particularmente condeno, por supuesto, pero si pensamos en alguien que deba transportarse dos veces al día, de ida y regreso a un trabajo en el que se gana apenas el salario mínimo, colarse significa un ahorro significativo. La pobreza, la ignorancia y la falta de oportunidades a veces obligan a dejar la vida en el asfalto por ahorrar 1800 pesos. Perdón, 2000.
Las cuentas claras
Cuatrocientos millones dije arriba. Según el mismo Transmilenio, cerca de dos millones de pasajeros se movilizan a diario en el sistema. Dos millones que pagarán desde el 3 de febrero próximo 200 pesos más es igual a cuatrocientos millones mal contados. Fuentes también oficiales hablan de quinientos cincuenta y cinco millones de pesos diarios en pérdidas por cuenta de los colados, es decir, más que lo que pretende recaudar el reajuste del precio del pasaje. Sin embargo, tan elemental como estas cuentas es entender que el gobierno distrital, encabezado por el alcalde y accionista del sistema Enrique Peñalosa, se sale por la fácil: cobrarle más dinero a los que acatan en vez de enfrentar el fenómeno de los que delinquen robándose el pasaje. Literalmente, pagan justos por pecadores.
Dos millones de pasajeros que tenemos mucho poder, mucho más que el necesario para hacer bloqueos que duran un día y aguantar una tarifa un año. Si cada uno de los que solemos usar Transmilenio a diario entre lunes y viernes elegimos un día a la semana (solo un día de cinco) usar un medio de transporte alternativo, les estaríamos quitando, primero, el espectáculo a RCN y Caracol, y segundo, el 20% a la facturación del negocio de los operadores privados. Les estaríamos amargando el whisky a los especuladores,aguando la fiesta del once por ciento. Un día a la semana para sacar la bicicleta, madrugar más y caminar, tomar el bus tradicional, taxi, uber o teletransportarse. No importa si ese día nos cuesta más o menos, cada quien decide. Sí importa, en cambio, que sea una opción diferente a Transmilenio. Pero eso no pasará, por supuesto, no somos un país de revoluciones silenciosas, como Islandia o la República Checa; aquí muchos prefieren colarse y hacer bochinche, corretear a los del ESMAD y dejarse corretear por ellos en ese eterno e infértil ritual de la protesta clásica para, al día siguiente, pagar el incremento y mirar su Facebook mientras viajan. Todos felices.
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