martes, 7 de abril de 2015
Nosotros no somos Kenia.
Muchas personas por estos días nos preguntamos, con extrañeza, porqué la matanza de 149 estudiantes kenianos no tuvo la repercusión mediática ni la viralización en redes sociales que sí tuvo el atentado del 7 de enero contra el semanario francés Charle Hebdo en París, que dejó un saldo final de 17 muertos.
Y no es para menos, pues no solo en este caso son mucho más los muertos sino que las víctimas son cristianos que fueron muertos por su fe. En el caso de Charlie Hebdo, en cambio, las víctimas lo fueron en razón a su oficio y el mundo entero se rasgó las vestiduras gritando vivas a la libertad de expresión. En ese orden de ideas, es explicable que haya tenido más resonancia en los medios la masacre de 17 periodistas, pues al fin y al cabo los muertos eran los colegas de quienes debían esparcir la noticia como el fuego sobre pólvora. Eso es entendible, pero también es importante considerar que cristianos son muchos más que periodistas, y que las redes sociales son pequeños medios que, cuando se juntan, hacen mucho ruido. ¿Porqué entonces no se viralizó la noticia, o al menos no con tanta rapidez? No es difícil imaginarse las salas de redacción eligiendo entre la noticia de Kenia y cualquier otra noticia que pudiera ser más relevante (pese a la crudeza de la fotografía); así como tampoco lo es el que las trivialidades hayan ganado más espacio en el muro individual de cada internauta, entre ellos me cuento yo y seguramente tú también. Al fin y al cabo, llevamos siglos haciendo lo mismo.
Hace poco más de un año tuve la fortuna de escribir los guiones para una serie documental que, bajo el nombre de Invisibles, abordaba en 13 capítulos justamente esa constante histórica (desde el siglo XVI hasta el XX) de invisibilizar a los negros, aun cuando se destacan por su inteligencia, destreza, altruismo, maestría o cualquier otra cualidad que haría de un blanco una personaje célebre.
Mi inolvidable maestro Armando Martínez Garnica decía de cuando en cuando, en clase, una frase que se grabó en mi memoria: “nadie es superior a su propia historia”. Y ahí estamos, dominados una vez más por la historia que nos envuelve y nos sepulta, y que impone sobre nuestra conciencia individual eso que algunos llaman la “conciencia histórica”. Ese silencio nuestro es, quizás, otro tipo de fundamentalismo soterrado.
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