apuntes de diletante
sábado, 16 de junio de 2018
Historia de un pusilánime que casi es presidente
viernes, 7 de octubre de 2016
Yo también fui uribista
Etiquetas:
#Pazalacalle,
acuerdo de paz,
Alvaro uribe,
Juan Manuel Santos,
Nobel de Paz
sábado, 23 de abril de 2016
Policía Nacional crea Selección nacional de clavados
En el marco del campeonato suramericano de clavados y de la carrera de los héroes, la Policía Nacional de Colombia hizo un anuncio revelador con el ánimo de resarcir los daños causados a la institución por el reciente escándalo de “la comunidad del anillo”.
Según su director deportivo la institución, basada en la experiencia comprobada de algunos de sus miembros en la disciplina, creará su propia selección nacional de clavados, confiada en que tendrá a los mejores exponentes de la disciplina, y que se hará a un número considerable de medallas en la próxima edición del evento.
El anuncio incluyó, además, que la selección se llamará “Anyelo Palacios, los héroes sí existen” en honor al recientemente destituido capitán, quien tuvo la valentía de denunciar los bochornosos hechos irregulares en la institución, y que se creará la orden “Carlos Ferro” para el deportista que más medallas consiga en la competición.
El vocero de la institución agregó que la selección deportiva ya creó su propio himno, y que uno de sus versos dice: “En clavados sentimos poder”.
De cualquier modo, la creación de la selección nacional de clavados es un paso adelante en la recuperación de la imagen institucional tras el sonado y reciente escándalo, deporte en el cual no dudamos de la experiencia de sus miembros, a quienes deseamos éxitos para que demuestren que en clavados, nadie mejor que ellos.
jueves, 21 de enero de 2016
Convocatoria al poder del número (con el perdón de Hermes Tovar Pinzón)
Hay cosas que no entiendo. Por ejemplo, no entiendo cómo en Bogotá, el mismo día en que le recortan el 40 % de presupuesto a los hospitales y después de tres semanas de haber reajustado el salario mínimo en apenas un mísero 7 %, le suben un oneroso y descarado 11,11 % al transporte que usa la mayoría y no pasa nada. Y si de transporte se trata, el subsidio para el mismo salario mínimo fue incrementado en aún menos: 5 %, menos de la mitad del aumento porcentual de la tarifa del Transmilenio. La burla, entonces, es todavía mayor.
Por si las dudas, lo que no entiendo es que no pase nada, no la evidente iniquidad de los reajustes.
Claro, el alza del transporte es una noticia aún caliente, con apenas un día de haberse conocido al momento de escribir esta nota. Seguro la próxima semana habrá bloqueos y disturbios con sus respectivos contusos, heridos y hasta muertos, y llegará el ESMAD y los disolverá y cesará la noticia, el caos, terminará el bochornoso espectáculo; pero la nueva tarifa permanecerá por mucho tiempo. Nos habrán metido otro gol, pero nos quedará la falsa sensación, la victoria pírrica de que hubo resistencia. Porque la protesta sigue siendo la misma de toda la vida, la misma que tan pocas cosas ha cambiado desde las épocas en que Lorenzo Alcantuz y José Antonio Galán organizaron la fallida y mal llamada revolución de los comuneros hasta hoy.
Mentiras, olvidaba que ahora la indignidad aflora en las redes sociales, y es tan notoria, efectiva y duradera como la espuma.
En una especie de epifanía, casi que puedo imaginar a los directivos de los operadores privados de Transmilenio y el Sitp viendo los bloqueos en las noticias, tomando whisky y haciendo cuentas de cuánto será su participación en los más o menos cuatrocientos millones de pesos diarios que los bogotanos vamos a pagar de más por cuenta del reajuste. Bueno, no todos, pues ahora muchos más preferirán colarse. Cuestionable práctica, que yo particularmente condeno, por supuesto, pero si pensamos en alguien que deba transportarse dos veces al día, de ida y regreso a un trabajo en el que se gana apenas el salario mínimo, colarse significa un ahorro significativo. La pobreza, la ignorancia y la falta de oportunidades a veces obligan a dejar la vida en el asfalto por ahorrar 1800 pesos. Perdón, 2000.
Las cuentas claras
Cuatrocientos millones dije arriba. Según el mismo Transmilenio, cerca de dos millones de pasajeros se movilizan a diario en el sistema. Dos millones que pagarán desde el 3 de febrero próximo 200 pesos más es igual a cuatrocientos millones mal contados. Fuentes también oficiales hablan de quinientos cincuenta y cinco millones de pesos diarios en pérdidas por cuenta de los colados, es decir, más que lo que pretende recaudar el reajuste del precio del pasaje. Sin embargo, tan elemental como estas cuentas es entender que el gobierno distrital, encabezado por el alcalde y accionista del sistema Enrique Peñalosa, se sale por la fácil: cobrarle más dinero a los que acatan en vez de enfrentar el fenómeno de los que delinquen robándose el pasaje. Literalmente, pagan justos por pecadores.
Dos millones de pasajeros que tenemos mucho poder, mucho más que el necesario para hacer bloqueos que duran un día y aguantar una tarifa un año. Si cada uno de los que solemos usar Transmilenio a diario entre lunes y viernes elegimos un día a la semana (solo un día de cinco) usar un medio de transporte alternativo, les estaríamos quitando, primero, el espectáculo a RCN y Caracol, y segundo, el 20% a la facturación del negocio de los operadores privados. Les estaríamos amargando el whisky a los especuladores,aguando la fiesta del once por ciento. Un día a la semana para sacar la bicicleta, madrugar más y caminar, tomar el bus tradicional, taxi, uber o teletransportarse. No importa si ese día nos cuesta más o menos, cada quien decide. Sí importa, en cambio, que sea una opción diferente a Transmilenio. Pero eso no pasará, por supuesto, no somos un país de revoluciones silenciosas, como Islandia o la República Checa; aquí muchos prefieren colarse y hacer bochinche, corretear a los del ESMAD y dejarse corretear por ellos en ese eterno e infértil ritual de la protesta clásica para, al día siguiente, pagar el incremento y mirar su Facebook mientras viajan. Todos felices.
Etiquetas:
alza transmilenio.,
Enrique Peñalosa,
tarifa trasnmilenio
sábado, 31 de octubre de 2015
Carta abierta e indirecta a la Escuela de Historia de la UIS (o el mínimo homenaje a Gloria Rey)
Todos los historiadores de la UIS (Universidad Industrial de Santander), si a alguien llevamos en el corazón es a la maestra Gloria Rey Vera. Y cuando digo todos es todos, porque Gloria Rey ayudó a fundar la Escuela en los tiempos de Armando Gómez Ortiz (qepd), y por tanto nos dio clase a todos, sin contar aquellos estudiantes de otros programas que vieron con ella materias electivas.
Recuerdo que Gloria siempre tuvo el balance perfecto entre la seriedad y rigurosidad académicas, la sabiduría y un corazón tan grande que allí cupimos, y a lo mejor cabemos hoy todavía, todos los que fuimos sus estudiantes. Cómo no recordarla siempre, si de sus labios todos los egresados de la escuela escuchamos, quizás por primera vez, esos clásicos términos de gabinete como “La paz de Westfalia", "La Comuna de París" o "El Tratado de Versalles", y gracias a ella también incursionamos en autores como Eric Hobsbawn, Giuliano Procacci, Maurice Druon y su saga de Los reyes malditos; y por supuesto, leímos con asombro lo narrado en el capítulo XXIV de El Capital. ¿Cómo olvidar, ¡por Dios!, aquella lectura paralela de El perfume o el miasma, de Alain Corbin, y la novela casi homónima de Patrick Suskind? Un auténtico delirio histórico-literario. Como si fuera poco, a nadie más le he escuchado yo, como si de poesía se tratase, citar el 18 brumario de Luis Bonaparte. Para que el lector ajeno a la escuela entienda mejor, Gloria fue nuestra Diana Uribe.
Podría extenderme en agradecimientos y loas a nuestra querida maestra, en recuerdos académicos absolutamente placenteros (y me siguen llegando: El Mediterráneo de Braudel). Sin embargo, mal haría yo en quedarme en esa enumeración cuando lo que pretendo es gritar que hoy la Escuela de Historia quiere segarlos de un tajo, haciendo a un lado a quien, justamente, ha sembrado el amor por la disciplina en todos aquellos que hemos pasado por sus aulas. Otros también lo hicieron, por supuesto, pero el sello tan particular de Glorita no es transferible. Gloria es hoy víctima de un modelo perverso, depredador, que se niega a reconocer la dignidad de muchos de quienes se dedican a la academia entregándolo todo, hasta la misma previsión de futuro; quizás.
Gloria, en efecto, entregó todo su conocimiento a no sé cuántas cohortes de historiadores (y ella también debe haber perdido la cuenta), pese a que en términos contractuales siempre fue tratada como de tercera. Pero quizás ni sea culpa de la Escuela, en un sentido estricto. Varios de quienes fuimos sus estudiantes hoy somos presa del mismo modelo macabro de la “hora cátedra” que da al docente un salario que no alcanza, que hay que completar de algún modo por fuera, y solo durante ocho meses, sin importarle a la institución un pito que este tenga doce meses de gastos. No obstante, se espera del (la) docente disponibilidad cada nuevo periodo académico, y se le carga con innumerables funciones y compromisos por fuera de las horas pactadas. Y por supuesto, no queremos repetir su historia.
Por eso digo que era (¿es?) tratada como de tercera. Por ejemplo, fui testigo del momento en que Glorita se enteró de la muerte de Armando Gómez Ortiz, de su cara de profundo dolor y de su llanto contenido. Ese día, por supuesto, no hubo clase. Él, según entiendo compañero desde las épocas de la Patricio Lumumba, pese a que la vida no le alcanzó para disfrutar de su pensión, alcanzó a jubilarse. Después lo hicieron otros colegas suyos: Jairo Gutiérrez Ramos, Liliana Cajiao, Armando Martínez Garnica. Al día de hoy a lo mejor otros ¿Leonardo Moreno, Amado Guerrero? estén también en uso de su buen retiro, como es justo. Pero para Gloria Rey, pese a merecerlo tanto como sus colegas, pese a ser tan buena como ellos o hasta mejor (o al menos más memorable) que algunos, eso no ha sido ni será. Además, hasta donde entiendo su despido ha sido carente del mínimo decoro y reconocimiento que demanda la dignidad de quien ha entregado tantos años a la escuela. Gloria merecería un premio Toda una vida o algo así, pero la Escuela le niega hoy lo mínimo que puede darle: trabajo.
Profe, en las decisiones que le corresponden a la Escuela poco podemos intervenir quienes estamos fuera y lejos de ella, pero sí tenemos la obligación moral del respaldo, del reconocimiento, la gratitud eterna, la solidaridad. ¡Gracias infinitas! estamos con usted. Espero poder decírselo mirándola a los ojos.
jueves, 14 de mayo de 2015
¿El fin de los taxis?
Soy hijo de un taxista. En ese sentido, mi crianza, buena parte de mi estudio, comida y vestuario en mi infancia, adolescencia y primera juventud se los debo al dinero que produjo el taxi que mi papá manejaba doce horas diarias con descanso únicamente para hacerle mantenimiento al carro y los jueves santos, sagradamente. Como varios de mis hermanos, fui taxista apenas me hice bachiller, aunque solo por unos meses.
Hoy, sin embargo, los taxistas distan mucho de lo que fue mi viejo y nosotros mismos en nuestro breve paso por el oficio. Él estuvo lejos de ser un modelo a seguir, pero al menos se ofrecía a subir los paquetes y mercados, jamás dijo “yo por allá no voy” o preguntó antes ¿para dónde va?, y mucho menos, (sobre todo esto) salió de la casa sin dinero sencillo para dar cambio. Es decir, fue la antítesis de los taxistas (al menos los de Bogotá) de hoy día.
Pero además del mal comportamiento de un número significativo de taxistas, y que incluye junto con lo anterior atravesarse en las intersecciones, parar en seco en vías rápidas, pasarse semáforos en rojo, etc., el del taxi parece un modelo de negocio agotado, a punto de dejar de existir. Mucho se discute por estos meses, sin embargo, acerca del difuso límite entre la legalidad y la ilegalidad en el que se encuentra Uber, un modelo de negocio diferente que a punta de buen servicio está desplazando la preferencia de los clientes de los taxis. Sin embargo, se le tilda de ilegal, en contraste con la legalidad de los tradicionales taxis. Veamos qué tan cierto puede ser.
Los taxis mueven a diario, solo en Bogotá, entre seis mil y diez mil millones de pesos, en efectivo, sin ningún tipo de control. Dinero que no pasa por el sistema financiero, que no expide una sola factura, al que no se le aplica retención, ni impuesto, ni trazabilidad alguna. De hecho, la cifra es una especulación, pues es imposible de medir con exactitud. A los conductores de Uber, en cambio, las comisiones ganadas les son consignadas en el sistema financiero y a los clientes les es cobrado el servicio a través de tarjeta de crédito. En otras palabras, no se maneja efectivo, y confesémonos, no hay peor miedo en Bogotá que subir a un taxi y confesarle al conductor que uno tiene un billete de $50.000 para pagar el servicio. ¿Quién tiene más legalidad entonces?
Y como si eso fuera poco, el cupo del taxi, que no incluye el valor del vehículo y cuesta alrededor de $80.000.000, no es un activo ni un título valor, y no se expresa como tal en la declaración de renta. Y a esa falta de regulación se le suma la infiltración de delincuentes en el oficio de taxista. El caso más sonado es el del agente de la DEA James Terry Watson, víctima del paseo millonario y posterior asesinato el 21 de junio de 2013 a cargo de una execrable banda organizada de ladrones y asesinos que hacían sus fechorías desde el timón de un taxi. La mentalidad criminal de la madre de uno de ellos le alcanzó para decir ante las cámaras, en pleno furor de la noticia, que su hijo homicida era muy de malas, que esta vez el pasajero “le había salido gringo”. Por solo esa afirmación ella también debería estar en la cárcel, pues debe estar criando a sus nietos como criminales. En fin.
Pero hay más. Muchos de los que no son delincuentes en otras lides, arreglan el taxímetro para cobrarles más de lo que el servicio vale a los turistas y a los que, sin serlo, se dejen. Ello que no deja de ser, en esencia, otra conducta delictiva. En Uber, en cambio, no hay posibilidad de esas conductas, y además, la exigente selección de conductores impide o al menos dificulta la infiltración de delincuentes.
La legalidad de Uber podrá entonces estar en trámite, pero en legitimidad se lleva a los viejos taxis en los cuernos. Veamos más razones. En los taxis cada quien es una isla aparte, y si bien se muestran solidarios ante algunas dificultades (nada peor que estrellarse contra un taxi), en lo demás son competencia directa uno del otro, aunque algunas aplicaciones hacen hoy un mercadeo diferente del servicio. Uber, en cambio, es uno de los modelos de negocio del siglo XXI. Antes, en la época de taxista de mi padre (que es no hace mucho) quien quisiera montar una empresa de transporte debía contar con el capital suficiente para comprar el parque automotor necesario según el tipo de transporte y toda la parafernalia necesaria para su operación. Hoy, en cambio, los negocios se hacen a partir del apalancamiento, un concepto poderosísimo en la nueva economía. Veamos: Uber hace un desarrollo tecnológico importante, pero en lo demás se apalanca: para la operación, en los propietarios de los vehículos y conductores (que son los mismos en una proporción mayor que en los taxis), y para la publicidad, en los usuarios, a través de un modelo que comparte un parte mínima de las utilidades. Cada vez más modelos de negocio ponen en práctica el compensar a quienes recomiendan el bien o servicio, pues se han dado cuenta de que el voz a a voz es una herramienta de marketing impresionante. Y para que puedas comprobarlo, si bajas la aplicación a tu teléfono celular ahora mismo y escribes allí el código promocional XB9TC, obtendrás tu primer viaje gratis y un código promocional propio que podrás compartir y obtener, por cada nuevo usuario que lo use, un viaje gratis. En pocas palabras, todos felices, cosa que rara vez pasa cuando se usa un taxi.
lunes, 20 de abril de 2015
Diatriba contra los smartphones
(Por estos días, en los que cada semana salen dos o tres nuevos teléfonos al mercado, viene bien una retrospectiva al respecto de cuánto han cambiado estos aparaticos)
Hace dos años, por estos días, caí en la tentación de pasarme del lado de los usuarios de smartphone. Antes de dejarme crear la necesidad de un teléfono diferente, de creer que mi flecha de siempre ya no era suficiente, de dar el salto de la mula al jet; duré, como la mayoría de colombianos, quince años con teléfono convencional. Lo más lejos que había llegado era a tener pantalla a color y una camarita que era parecida a mi anterior mujer, es decir, de baja fidelidad. Me demoré un poco más que muchos en hacer esa transición, quizás porque considero que desde su invención el teléfono ha sido una manera excepcional de irrumpir en la privacidad de alguien, de ser inoportuno, y nunca ha sido de mis afectos. De hecho, con toda esta revolución que ha tenido el uso del teléfono, estoy convencido de que llegó el momento de empezar a repensar su nombre, pues la carga semántica que tiene, con hondas raíces en la etimología, se extravió por el camino. Veamos: tele significa lejos y fono significa voz, es decir es un aparato que nos permite escuchar la voz del que está lejos, de la misma manera que el telégrafo nos permitía escribir y nos permite aún hoy ver el telescopio, es decir: desde lejos. Pero ahora no es ni tele ni fono, y alrededor de una mesa de juntas uno puede ver a los ahí sentados, en un acto de grosería infame, chatear con el vecino a propósito de lo aburrida de la presentación o el mal gusto del orador para las corbatas, de modo que ni voz ni desde lejos. En fin, ya montado entonces en mi android, en este par de años año han desfilado por él quizás un centenar de aplicaciones, casi siempre alentado en buen modo por mi hijo de siete años. Algunas han estado instaladas por unos minutos, otras por unas horas o unos días, y de todas ellas apenas tres o cuatro sobreviven. Empecé por bajarle a mi hijo el clásico Talking Tom, de puro simpático que me parecía el gato remedador, pero terminó perdiendo su simpatía y hartándonos a todos en cuestión de pocos días.
No sé cómo harán para trabajar quienes llevan en su Smartphone el Facebook, el Twitter, el Linkedin, el What’s app, el Gtalk, Viber, Tango, Line, Skype y cuanto servicio hay para no gastar un mísero minuto y para que la gente los encuentre e importune de cualquier modo, por cualquier camino, porque cada vez es menos posible no estar disponible, tener verdadera vida privada. No sé cómo hacen para administrar todo eso y trabajar, tener un matrimonio y mirar a los hijos a los ojos, pues yo con el What’s app tengo suficiente sonsonete. Solo con el What´s app tengo que confesar que me he visto como el protagonista de esa incómoda escena de dos en una mesa, en la que en vez de conversar, cada uno está pendiente del chat. Por cierto, me llevó diez años limpiar el correo de los molestos remitentes de cadenas estúpidas que amenazaban con el cierre de Hotmail o con años de mala suerte a quien no reenviara, con correos que invitaban a reenviar para salvar la vida de una niña anónima en El Salvador o que predicaban el evangelio; y apenas lo logré empezaron a llegar por el What’s app las mismas pendejadas.
Dice el refrán que el que tiene pal’ whisky tiene pal’ hielo, pero no es raro ver que quienes invirtieron el salario de tres meses o totearon su tarjeta de crédito a 24 cuotas e hicieron fila a medianoche para ser de los primeros en tener el último, no pocas veces timbran para que se les devuelva la llamada o soban todo el día chateando porque sí y porque no. Y no es que lo tengan en prepago, sino que su plan es de 20 minutos mensuales y un terabyte de navegación para tanta pendejada, datos que además jamás consumirán, entre otras cosas, por el otro gran defecto que tienen estos aparaticos. No nos digamos mentiras, no hay quien no extrañe la batería de su flecha: cuatro días con una sola carga. El usuario de Smartphone, en cambio, debe hacer malabares para que el teléfono le llegue vivo a las nueve de la noche, y para ello debe llevar cargador en su carro, batería externa o mendigar por la oficina quién le preste un cargador “de los blanquitos”. ¿Y porqué tanto consumo? Porque ya nada se hace sin una app. Las hay para todo, para llevar el embarazo, la regla, la crianza, para contar calorías, conseguir amantes, jugar, pintar, consultar el saldo, hacer sopas de letras, en fin. Casi nada de ello es necesario, pero si uno tiene olfato de reciclador en Play Store o App store, puede encontrar entre tanta basura algo que le sirva para coger un taxi con seguridad, tener un nivel de burbuja o cualquier cosa útil por el estilo. En cualquier caso, lo mejor de la vida está por fuera del Smartphone, así que creo que volveré a mi flecha, que me da más libertad. Al cabo la aplicación que más valoro, la única que no desinstalaría por nada del mundo, es la de la linternita.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)